Demasiadas palabras

Inicio » Libros » Narrativa s. XXI » El balcón en invierno

El balcón en invierno

«Mi padre hubiera querido ser un padre cariñoso y comunicativo, pero no sabía cómo…». Esta frase se repite como un eco constante a lo largo de la lectura. Probablemente no sea el hilo conductor de la obra, pero el propio autor reconoce que la muerte de su padre supuso un episodio central en su vida. En todo caso, como hijo y como padre, la frase me acompaña mientras leo el rastreo que Landero hace entre sus recuerdos para ofrecernos retazos de su biografía: la familia, el pueblo, su adaptación a la ciudad, el placer de escuchar y aprender «raros saberes» de sus mayores o el gusto por la recreación fantasiosa de la realidad.

El balcón en invierno comienza con un Landero abatido cuando lee lo que escribe y el texto le provoca náuseas. Ante la insatisfacción, abandona la escritura para asomarse al balcón, aparca la ficción para asomarse al mundo real. Y en el balcón, «ese espacio intermedio entre la calle y el hogar, la escritura y la vida, lo público y lo privado», nos ofrece fragmentos de su vida en un viaje al pasado para recuperar historias familiares, como la de su abuela Frasca, que siendo analfabeta, «dominaba como nadie el arte de contar» o las iniciativas de su primo Paco «el escultor, el pintor, el inventor, el guitarrista, el torero, el zahorí, el cazador y el pescador, el electricista, el mecánico, el que todo lo sabía y todo lo podía, el versado en los misterios, el que no se cansaba nunca de soñar y vivir».

Desde ese balcón observa también el presente, con el duro afán de la adaptación a la gran ciudad de una familia procedente del mundo rural y rescata el desasosiego que le produjo al abandonar personas y lugares queridos con la perspectiva de encontrar, por empeño de su padre, un espacio más confortable y de progreso.

Y resulta también que desde el balcón, contempla cómo se difumina el mundo real de su infancia en un viaje nostálgico a sus primeros años en el pueblo y las dificultades e intimidación ante los modos urbanos. En ese viaje, no lineal en el tiempo, recupera personas, costumbres y palabras olvidadas; ruidos que le marcaron como el de la tricotosa manual del hogar familiar convertido en taller, el de los botines de piel de becerro de su padre o el triste ruido de la garrota que éste usaba. Rescata olores de un barrio que olía «a gaseosa, a cerveza y a vino a granel, a boquerones en vinagre, a gente abrigada y acatarrada, a carbonerías y a vaquerías, a zaguanes y a orines de gato, a pobres hervores de cocina…». Recrea personajes como el profesor de literatura que cambió sus lecturas habituales o Ángel, que «hablaba muy poco y pensaba mucho» y que era muy diferente del maestro Agujero que «trabajaba poco y muy despacio y tardaba muchísimo en hacer los encargos, pues casi todo el tiempo se le iba en hablar, en beber vino y en jugar con sus pájaros amaestrados». Y siempre la omnipresencia de un padre que quería ser cariñoso pero no sabía cómo.

«Cuando murió mi padre algo cambió de un modo brutal en mí, y de pronto cargué con una culpa que, de algún modo sigo cargando, pues yo sé que mi padre se vino a Madrid por mí y sé que le decepcioné». Un padre que sabía mandar y disponer pero al que no le gustaba trabajar. Un padre que leía el periódico al fondo del zaguán, junto al portalón abierto de par en par para estar «atento a las noticias del mundo y a las de la calle». Un padre que inspiraba miedo y cuya presencia en la casa era «oprimente, siempre entregado a lúgubres e interminables silencios, a sombrías cavilaciones, sentado en una silla y echado hacia adelante con el codo en la rodilla y el puño en el rostro, suspirando y gruñendo, fumando amargamente, como un titán de la tristeza, llenando la casa de vagas amenazas, de reproches, de culpas, de angustias…». Y sin embargo, aquel hijo que fue mal estudiante y que desdeñaba convertirse en un hombre de provecho terminó por comprenderlo y «saldar la deuda de todo el cariño y gratitud que le debía» a un padre que «hubiera querido ser cariñoso y comunicativo, pero no sabía cómo».

El balcón en invierno en otros blogs: El placer de la lectura, Críticas Literarias Regina Irae, AmigosdePeter, Librería de Javier, Gabriel Aúz, La cueva de mis libros, Del pergamino a la web, Los libros de Teresa