Demasiadas palabras

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La destrucción de Patría II

De parte á parte hubo finezas y regalos de un valor inestimable, y la cosa llegó al estremo de que ambos amantes se hablasen de noche en el jardín del alcaide, sin que pasasen sus amores los términos de la honestidad.

Pero la desdicha de los dos finos y constantes amadores, y también la pérdida de Patria, estaban cercanas. Una noche, al ir Abenozmín camino de la morada de Geloira, advirtió que un moro rondaba la casa, y que por las tapias del jardín un esclavo cristiano que tenia el alcaide le hablaba secretamente. La presencia del encubierto era de hombre principal, según demostraban las ropas iluminadas por los rayos de la luna. Desde luego sospechó que aquel caballero debia ser otro amante favorecido de la ingrata mora: y sin mas averiguación partió como un rayo en demanda de su rival.

Este, que lo vio venir, se puso en defensa, apercibiendo las armas que consigo llevaba. Pero hé aqui que en aquel momento volvía á su casa el alcaide acompañado de otros moros principales. Entonces fué necesario aplazar el duelo para ocasión mas oportuna.

—Dime tu nombre y el lugar donde me esperas mañana para recibir el castigo de tu osadía en poner los ojos en Geloira, dijo Abenozmin al encubierto.

—Y este le respondió:—me llamo Abdelcadir: soy moro de Ronda, y en ella te espero dentro de seis dias con tus amigos y parciales, para combatir uno á uno ó todos juntos.

Separáronse los dos antes que llegase el alcaide á aquel puesto. Geloira esperó en vano á su amado una y otra noche, no obstante que con una esclava le habia enviado quejas por su ingratitud y repentina ausencia.

Este al cabo se presentó ante ella á la hora del amanecer y á la puerta de sus jardines. Lo que pasó entre ellos se encuentra referido en el siguiente romance que también escribí al intento.

El valiente entre valientes,
el gallardo Abenozmín,
en los amores y guerras
mas que ninguno feliz,
A Geloira pregunta,
celoso de Abdelcadir:
«¿qué hiciste, ingrata señora,
del corazón que te di?
Tus amorosas palabras
llevóse el viento sutil;
mal haya el amargo dia
que por mi mal las crei.
Por prendas de tu cariño,
después de suspiros mil,
rubios cabellos me diste
que envidia el oro de Ofir.
Para otros serán cabellos,
mas no los son para mí;
sino viveras tan solo
que saben morder y herir.
Clavaste un harpon de plata
en este lazo turquí
porque siempre me dijera:
los celos serán tu fin.
En mi turbante pusiste
una pluma carmesí,
con que pudiera al alcázar
de mi desdicha subir.
Mi corbo alfange encerraste
dentro de un verde tahalí:
color de esperanza era;
pero solo de morir.
Tus amorosas palabras
en los vientos escribí,
porque el amor envidioso,
en ellas no pueda huir.
Mas ¡ay! que también el aura
envidia tuvo de mí:
llevóselas, y otro moro
las vino á encontrar al fin.
Guarda estas negras memorias
para el fiero Abdelcadir,
y ¡ojalá que él te las vuelva
cual las recibes do mí!;
Con esto á la triste mora
deja el bravo Abenozmín;
pues lo llaman á la guerra
ios sones del añafil.
Sobre una yegua cabalga,
monstruo del Guadalquivir,
engendrada en sus arenas
por el céfiro sutil.
Con el dorado acicate
su hijar empezaba á herir
por tomar desde Patría
el camino de Conil.
Cuando quitó de su lanza
pendoncillo azul turquí,
que es el color de unos celos
que con su amor vio morir.
Mas Geloira en su rostro
apagó el vivo carmín;
y por mostrar su inocencia
al moro, le dijo así:
Si pretendes mis memorias
olvidar, Abenozmín,
cuando grabadas con fuego
en tus mejillas las ví,
Vete en paz dueño del alma,
que en paz puedas ya ir;
mas no digas a otra mora,
que la has hurtado de mí.
monstruo del Guadalquivir,
engendrada en sus arenas
por el céfiro sutil.
Con el dorado acicate
su hijar empezaba á herir
por tomar desde Patria
el camino de Conil.
Cuando quitó desu lanza
pendoncillo azul turquí,
que es el color de unos celos
que con su amor vio morir.
Mas Geloira en su rostro
apagó el vivo carmín;
y por mostrar su inocencia
al moro, le dijo así :
Si pretendes mis memorias
olvidar, Abenozmin,
cuando grabadas con fuego
en tus mejillas las ví,
Vete en paz, dueño del alma,
que en paz bien puedes ya ir;
mas no digas á otra mora
que la has hurtado de mí.

No hizo el moro caso de las quejas tiernisimas de la doncella, y tomó la via de Ronda, acompañado de los cien caballeros de Patria en demanda del arrogante Abdelcadir.

Llegó á Ronda é hizo diligencias para buscar al amante de Geloira; pero todas fueron inútiles. Cansado de sus investigaciones, se determinó á volver á Patría, resuelto á buscar en sus contornos al rival que tan inicuamente se habia burlado de su buena fé, y de la lealtad debida á un caballero por otro, pues el ser tal demostraban sus vestidos y su manera de manifestar los pensamientos.

En tanto la gente de Patria esperaba á toda hora la vuelta de sus caballeros. Una mañana avisó á la villa el guarda de la atalaya que tornaban por fin los moros. En efecto, á lo lejos se descubrían sus caballos blancos y sus marlotas de grana. El pueblo alborozado salió á recibirlos fuera de los muros en la cuesta del Justar; porque á la alegría de su vuelta se juntaba el ver que traían algunos cautivos.

No bien se acercaron los moros, partieron á galope sobre el indefenso pueblo; y á los gritos de España, Santiago, y cierra, cierra, comenzaron á herir y matar á la morisma. Entraron en las calles y plazas, sin perdonar la vida á los niños, á las mujeres, y á los ancianos. Todos perecieron á los filos de las lanzas y espadas de aquellos moros al parecer; pero cristianos en el hecho.

Estos eran caballeros jerezanos que habían salido de sus casas, encubiertos con vestidos y en caballos semejantes á los que usaban los de Patría que salian á campear por las tierras vecinas. El que los capitaneaba, era el ungido Abdelcadir. Este tal pertenecía
á la nobleza jerezana, y se llamaba Diego Fernandez Herrera. Deseoso de destruir á la morisma de Patria, halló trazas de penetrar con un disfraz de moro en la villa, y de acuerdo con un cristiano esclavo del Alcaide, buscó la manera de hacer retirar á los guerreros para conseguir su propósito, encendiendo los celos del gallardo Abenozmin, y retándolo para batalla singular en la ciudad de Ronda.

Conseguida la victoria, sin que escapase moro de Patria, pusiéronse los cristianos en celada en la cuesta del Justar para dar sobre los caballeros que volvían á sus casas.

Ágenos estos del insulto que habia esperimentado su villa, se acercaron á ella desapercibidos, y cuando se vieron entre enemigos, el espanto de un suceso tan inesperado, apenas les dio lugar para la defensa. Sin embargo, pelearon bravamente, y todos quedaron muertos ó mal heridos en la cuesta donde solían celebrar sus justas y torneos. De forma, que el lugar de sus alegrías fué también testigo de sus lastimosas muertes.

Los caballeros de Jerez, tras de recobrar sus despojos, y de adquirir otros en el saco de la villa, entregaron á las llamas á Patria y volvieron á sus casas ricos, asi en joyas y vestidos, como en algunos esclavos de los pocos que pudieron salvar la vida en tan horrible matanza.

Patría quedó arruinada desde entonces sin que los moros cuidaran de reedificarla, ni menos los cristianos, después que se hicieron señores de toda Andalucía.

Adolfo de Castro