Demasiadas palabras

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En el Lazarillo de Tormes

La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades es una obra singular. Aún se discute sobre su autoría o si se le puede considerar una novela. En todo caso, estamos ante un producto de la literatura española de la que cualquier lector puede encontrar referencias suficientes sobre su importancia y significado literario. Aquí nos limitaremos a reproducir el capitulo íntegro en el que Lázaro cuenta su paso por Vexer que hoy llamamos Vejer.

Capítulo XVI
Cómo despedido Lázaro de la verdad,
yendo con las atunas a desovar,
fue tomado en las redes, y volvió a ser hombre.

Yéndome a la corte consolado con estas palabras, viví alegre algunos días en el mar. En en este medio se llegó el tiempo que las atunas habían de desovar, y el Rey me mandó que yo fuese aquel viaje, porque siempre con ellas enviaba quien las guardase y defendiese, y al presente el general Licio estaba enfermo, el cual, si bueno estuviera, sé que hiciera este camino. Y después que yo estaba en el mar había ido dos o tres veces, porque cada año una vez iban en la dicha desovación. De manera que en el dicho ejército llevé conmigo dos mil armados, y en mi compañía fueron más de quinientas mil atunas que se hallaron preñadas.

Despedidos del Rey, tomamos nuestro camino, y nuestras jornadas contadas, dimos con nosotros en el estrecho de Gibraltar, y aquel pasado, venimos a Conil y a Vexer, lugares del Duque de Medina Sidonia do nos tenían armado. Yo fui avisado de aquel peligro y como allí se solía hacer daño en los atunes, y aviseles se guardasen. Mas como fuesen ganosas de desovar en aquella playa, y ella fuese para ello aparejada, por bien que se guardaron, en ocho días me faltaron mas de cincuenta mil atunas. Y visto el daño como se hacía acordamos los armados de meternos con ellas en la playa, y mientras desovaban, si prenderlas quisiesen, herir en los salteadores y en sus redes, y hacérselas pedazos. Mas salionos al revés con la fuerza y maña de los hombres, que es otra que la de los atunes: y así nos apañaron a todos con infinitas de ellas en una redada, sin recibir casi daño de nos, antes ganancias, que como mis compañeros se vieron presos, desmayaron, y por dar gemidos desampararon las armas, lo cual yo no hice, sino con mi espada me asieron, habiendo con ella hecho harto daño en las redes, juntamente conmigo a mi buena y segunda mujer.

Los pescadores admirados de verme así armado, me procuraron quitar el espada, la cual yo tenía bien asida; mas tanto por ella tiraron, que me sacaron por la boca un brazo y mano, con la cual yo tenía bien asida el espada, y me descubrieron por la cabeza la frente, ojos y narices, y la mitad de la boca. Muy espantados de tal acaecimiento me asieron muy recio del brazo y otros trabándome de la cola, me comienzan a sacar, como a cuero atestado en costal. Miré y vi cabe mí la mi Luna muy afligida y espantada, tanto y más que los pescadores, a los cuales comenzando a hablar en lengua de hombre, yo dije: «hermanos, encárgoos las conciencias, y no se atreva alguno a visitarme con el brazo del mazo, ca sabed que soy hombre como vosotros; mas acabad de quitar la piel, y sabréis de mí grandes secretos».

Esto dije, porque aquellos mis compañeros estaban cabe mí, muchos de ellos muertos, hechos pedazos los testuces con unos mazos que los de la javega en sus manos para aquel menester traían. Y así mismo les rogué por gentileza que a aquella atuna que cabe mí estaba diesen libertad, porque había sido mi compañera y mujer gran tiempo. Ellos, en gran manera alterados en verme y oírme, hicieron lo que los rogué.

Al tiempo que la mi compañera de mí partía llorando y espantada, le dije en lengua atunesa: «Luna mía y mi vida, vete con Dios, y no tornes a ser presa, y da cuenta de lo que ves al Rey y a todos mis amigos, y ruégote que mires, por mi honra y la tuya». Ella, sin me dar, respuesta, saltando en el agua, se fue muy espantada.

Sacáronnos de allí a mí y a mis compañeros que veía a mis ojos matar, y hacer pedazos a la lengua del agua, y a mí teníanme echado en el arena medio hombre y medio atún, como he contado, y con harto miedo si habían de hacerme ceniza. Acabada la pesca aquel día, habiéndome preguntado, yo les dije la verdad, y rogándoles me sacasen del todo, lo cual ellos no hicieron. Mas aquella noche me cargan en un acémila, y dan conmigo en Sevilla, y pónenme ante el ilustrísimo Duque de Medina, y fue tanta la admiración, que con mi vista ellos y los que me veían sentían y sintieron, que en grandes tiempos no vino a España cosa que tanto espanto pusiese. Tuviéronme en aquella pena ocho días, en los cuales supieron de mí cuanto había pasado.

A cabo de este tiempo sentí a la parte que de pece tenía detrimento, y que se estragaba por no estar en el agua, y supliqué a la señora Duquesa y a su marido que por amor de Dios me hiciesen sacar de aquella prisión, pues a su alto poder había venido, y dándoles cuenta del detrimento que sentía holgaron de lo hacer. Y fue acordado que diesen pregón en Sevilla para que viniesen a ver mi conversión, y en una plaza que ante su casa está hecho un cadalso, porque todos me viesen allí. Fue juntada Sevilla y desque la plaza se hinchió por calles, tejados y terrados do cabía la gente. Luego mandó el Duque que fuesen por mí y me sacasen de una jaula que luego que vine del mar me hicieron, do estuve, y fue bien pensado, porque según la multitud de las gentes que siempre me acompañaban, sino hubiera verjas en medio de mí y de ellos, ahogáranme sin falta.

«¡Oh gran Dios! decía, ¿qué es lo que en mí se ha renovado? porque hombre en jaula ya lo he visto estar y mucho a su pesar, y aves; pescado nunca lo vi». Así me sacaron y llevaron en un pavés con cincuenta alabarderos que delante de mí iban apartando la gente y aun no podían.